por Carlos Valdebenito Avendaño – CE5VAO
Alan Mathison Turing (Londres, 1912- Wilmslow, Reino Unido, 1954) es considerado una de las piezas clave en el mundo de la computación, además de contribuir decisivamente en campos como la informática teórica y la criptografía. Entre sus más destacables hitos científicos encontramos: la función calculable, la máquina de Turing, el pre-desarrollo de la computadora Colossus, la desencriptadora Bombe, la prueba sobre inteligencia artificial, además de un largo etcétera de aportaciones conceptuales y técnicas para el desarrollo de la ciencia.
El matemático británico pasó gran parte de su infancia en la India dado que su padre tenía el lugar de trabajo en la Administración Colonial del país. Desde muy pequeño, Turing mostró un gran interés por la lectura, los números y los rompecabezas; sus ansias de conocimiento y experimentación llegaban hasta tal punto que a los ocho años, atraído por la química, diseñó un pequeño laboratorio en su casa. Su carrera escolar estuvo marcada, por un lado, por sus aptitudes y su facilidad por las matemáticas y, por el otro, por su carácter inconformista que le llevaba a seguir sus propias ideas y apartarse del rígido (e ilógico, según su parecer) sistema educativo. Como curiosidad, cabe decir que Turing recorría alrededor de 90 kilómetros para poder ir a la escuela, dato que nos hace entender como, más adelante, además de científico, fue un atleta notable de rango casi olímpico. En la escuela de Sherbone, ganó la mayor parte de los premios matemáticos que se otorgaban y, además, realizaba experimentos químicos por su cuenta aunque la opinión del profesorado respecto a la independencia y ambición de Turing no era demasiado favorable. Con poco más de quince años, entró en contacto con el trabajo de Albert Einstein y, además de entender sus bases, comprendió las críticas de éste a las Leyes de Newton a partir de un texto en el que no se explicitaba tal cometido.
En 1934, Turing se graduó en la Licenciatura de Matemáticas en la Universidad de Cambridge y, en 1936 publicó el artículo «Los números computables, con una aplicación al Entscheidungsproblem» en el que ya hablaba del concepto de algoritmo y exponía las bases de su máquina de calcular: la Máquina Universal (de Turing). La base de ésta máquina ficticia -no se llegó a diseñar- es la posibilidad de aceptar programas finitos de longitud arbitraria, es decir, limitar y simplificar las posibilidades numéricas, función que no podían realizar las máquinas de calcular del momento. La máquina de Turing podía llevar a cabo todo tipo de operaciones con la misma lógica que el cálculo humano a partir de ciertas bases como tener un número finito de símbolos, resultados o instrucciones. La máquina consta de un aparato de lectura y escritura ante el cual se desplaza, en ambas direcciones, una cinta potencialmente infinita dividida en casillas. La máquina puede encontrarse en un estado pasivo (finito) o activo (infinito). En su funcionamiento, dado un estado activo y una determinada inscripción de la cinta, la máquina realiza una acción elemental y, si el resultado vuelve a ser activo, la máquina actúa de nuevo hasta alcanzar un estado pasivo. La puesta en práctica de la Máquina Turing no fue posible hasta sus trabajos posteriores durante la Segunda Guerra mundial.
Después de su estancia entre los años 1937 y 1938 en la Universidad de Princeton en Nueva Jersey, obtuvo el Doctorado y anunció el concepto de hipercomputación, que tomaba como base la Máquina Universal y preludiaba una nueva «máquina oráculo» que permitiera el estudio de problemas cuya solución algorítmica no existiera. Entre 1938 y 1939 volvió a Inglaterra y estudió filosofía de las matemáticas. Su carrera profesional dio un salto con la llegada de la Segunda Guerra Mundial gracias a su trabajo como criptógrafo en una división de la Inteligencia británica. El ejército precisó de la labor de Turing para poder combatir contra el bando alemán a partir de descifrar los códigos que su Marina emitía con la máquina Enigma y los codificadores de teletipos FISH. El resultado del trabajo capitaneado por Turing fue la máquina descifradora Bombe y varias computadoras electrónicas Colossus, consideradas, para algunos, los primeros ordenadores de la historia y, por lo tanto, el inicio de la informática y además, un paso que marcó el curso del conflicto bélico. La función de la máquina electromecánica Bombe era eliminar las claves enigma candidatas y se convirtió en el instrumento básico de los aliados para leer las transmisiones de la Enigma. Para ello, se implementaba eléctricamente una cadena de deducciones lógicas para cada combinación posible del código de modo que se podía detectar cuando ocurría una contradicción y desechar la combinación. Debido a la importancia de su trabajo, Turing recibió, en el año 1946, la Orden del Imperio británico (otorgada a aquellos que han hecho algo significativo para el Reino Unido). Tal fue la relevancia y secretismo de la ruptura de códigos de Turing que sus trabajos no han sido publicados hasta los años 70.
Después de ser contratado por el Laboratorio Nacional de Física (NLP) para competir con un proyecto americano, Turing se convirtió en el Oficial Científico Principal en la Automatic Computing Engine. Su estancia en la ACE dio sus frutos con conceptos como las redes de cómputo, la subrutina y la biblioteca de software además de constituir las bases de la red neuronal. Al abandonar, en 1948, la NLP, el trabajo de Alan Turing se dirigió hacia el campo de investigación de la Inteligencia Artificial, de hecho, el concepto en sí de esta disciplina nació de la mano de Turing. Anteriormente, habían surgido algunas teorías sobre la Inteligencia Artificial, pero no fue hasta la aportación de Turing que esta rama de la ciencia alcanzó la repercusión que puede tener hoy en día. En un artículo publicado por él en el año 1950, «Computing Machinery and Inteligence», Turing apuntaba el hecho de sí las máquinas pueden pensar o no. Para sacar conclusiones sobre ello, el matemático desarrolló el Test de Turing con el que trataba de reafirmar la existencia de la inteligencia en las máquinas. Su argumentación para encauzarse en este estudio se basaba en el hecho de que si una máquina se comporta como inteligente, en consecuencia, debe ser inteligente. Por lo tanto, existe Inteligencia Artificial en el momento en el que no logramos distinguir entre un ser humano y una máquina. El desafío de la prueba de Turing se efectuaba con dos personas y una computadora: en una habitación se ubicaba a una persona, el juez, y en la otra la persona restante y la máquina. El juez, que emitía preguntas tanto al ordenador como a la persona, debía descubrir cual era el ser humano y cual era el ordenador a partir de sus respuestas. La prueba consistía en ver cual de ambos sabía mentir mejor a las respuestas del juez para que éste no pudiera distinguir quién era la máquina y quién el hombre. Con este método se observaba si la máquina podía engañar al interrogador y por lo tanto pasar el Test de Turing. Aunque a nivel práctico, no obtuvo el éxito esperado, el diseño de la prueba desencadenó múltiples respuestas teóricas.
Por otro lado, desde 1952, Turing se centró en otra materia: la biología matemática. Su trabajo fue recogido en el libro «Fundamentos Químicos de la Morfogénesis» y estaba enfocado en analizar la existencia de los números de Fibonacci -sucesión de cifras que está presente en la naturaleza de forma estable- en las estructuras vegetales.
La vasta carrera de Turing se vio deteriorada por cuestiones personales. La «condición» de homosexual del matemático le llevó a ser condenado ya que en ese momento, en Inglaterra, se concebía como un delito. Ante la opción de ir a la cárcel o someterse a una castración química, Turing optó por la segunda, que le provocó trastornos físicos y en consecuencia, psicológicos. En 1954, con tan solo 42 años, Alan Turing murió envenenado con una manzana recubierta de cianuro -algunos apuntan cierta relación con manzana mordida del logotipo de Apple. Muchas son las hipótesis acerca de su fallecimiento (muerte involuntaria, asesinato, suicidio) pero lo que sí es cierto es que, una vez más, la historia demostró la incongruencia del ser humano y, con ello, la pérdida de un gran profesional que aportó conceptos clave para el desarrollo de la ciencia.